Esta
es la primera entrada que hago en este cuaderno a tiempo real; hasta ahora había
estado tirando de archivo, pues como llevaba con la idea de abrir el blog hacía
tiempo tenía recopilado bastante material. Pero hoy no, hoy os voy a contar mi
periplo madrileño de esta tarde. Allá voy:
Ciertamente,
las bicicletas son para el verano y Madrid no es ciudad para bicicletas. Hoy pedaleaba en Madrid y me reía para mis
adentros del dislate. Una ciudad tomada con los coches, los baches y los
peatones fuera de las aceras presenta un interesante reverso institucional:
buena parte de ella tiene la calzada pintada como vías ciclables, de esas de máxima
velocidad para los coches de 30km/h; el pequeño detalle es que esa vía suele
tener a la derecha la de taxis y autobuses (tremendamente respetuosos con los
ciclistas, todos los sabemos...) y a la izquierda la del resto de vehículos a una
máxima de 50km/h (¡ja!). Y de atasco en atasco iba cuando me encuentro con que
están plagando la urbe de bicicletas de alquiler, blancas ellas. Me imagino a
los civilizados holandeses cogiendo las bicis de alquiler y pereciendo en el
intento. Por no hablar del famoso anillo verde, una chapuza mediática barata y torticera, fruto de
quien sólo puede pretender aparentar pues sus entendederas no albergan
capacidad neuronal para tareas de mayor enjundia; en el citado anillo, un
servidor se perdió a los tres km de comenzar, empezando por la Casa de Campo.
Amén de perderme, pude disfrutar de un paisaje urbano más digno de película de
Ken Loach de los ochenta que de un pretendido carril bici que circunvale la
ciudad. Bien, pues en estas estábamos cuando llegué a mi primer destino: la
exposición en la Mapfre de Henri Cartier-Bresson. Aquí dejo unas fotos de la
Zeus atada a la entrada -dentro de la sede de la Fundación hay sitio para
aburrir para poner unos aparcabicis, pero claro, anatema-.
Una vez entrado en la exposición, de la que poco
diré aquí salvo que es la más brutal que un servidor haya visto en su vida
sobre fotografía, el ánimo pasa a otro modo. Las ciudades como Madrid también
tienen eso, que son capaces de albergar santuarios junto a groserías, y la
exposición era la madre de los santuarios. A Henri también le gustaban las
bicicletas, como ya apunté en mi primer cuaderno en dos ocasiones.
Hoy añado algunas fotos más al caso, maravillosas,
claro. Aquí están las que tomó en la Carrera de los seis días en el Velódromo de
invierno de París, 1957. Y estas que siguen, la primera tomada en Serbia, la segunda en Orgonsolo (Cerdeña, Italia) en 1962 y la tercera, mi preferida, la titulada sencillamente UN CYCLISTE TRANSPORTANT DE L’ARGENT, SHANGHAI,
CHINE, 1949, es decir, Un ciclista transportando dinero. Viva su ojo.
Tras la expo me he ido a ver si me ofrecían luz con el monumental desarreglo que tengo en mi montura a nivel de cambios, marchas, frenos y de todo. Y de nuevo, a otro santuario: Ciclos Noviciado, en la calle del mismo nombre, en el antiguo local de una casquería. Lo que allí se cuece está a una altura moral y estética que no es normal. Y de allí la Zeus ya no ha salido, pues necesitaba un buen repaso. Eso sí, me he ido por la puerta con una gorra puesta, una preciosidad para mi tonsura. Otro día os dejo foto.
Ya en casa, desde donde escribo, miro el lugar donde llevaba la Zeus unos días y noto su hueco, su ausencia. Qué cosas.
Ya en casa, desde donde escribo, miro el lugar donde llevaba la Zeus unos días y noto su hueco, su ausencia. Qué cosas.
Si tengo un hijo, le enseñaré todas estas historias que escribes, Juan Bay.
ResponderEliminarY las entenderá, ya lo creo. No se me ocurre un mejor piropo.
En verdad, en verdad, el piropo es de altura. Ahora bien, respecto a lo del hijo, no te arriendo la ganancia
ResponderEliminar:-))))))))))))))))))))))))))))))