el reflejo del faro

Dos años y ocho meses han trascurrido desde aquella subida con la Zeus. Hoy, inopinadamente, he cogido la bici. El plan era algo así como a ver hasta dónde subo. Ante mi propio asombro he vuelto a tomar el Balcón de Alicante. Me ha ocurrido como aquel día con la Zeus: dos paradas, una en la bifurcación -foto- y otra en una curva cerradísima a la que aquella vez, y también esta, llego fuera de respiración. Antes de abordar el asunto he parado en el Mesón Maigmó a repostar agua -primera foto-; al bajar, con una hiperglucemia asomando y una necesidad imperiosa de café -la hipotensión propia de esas situaciones-, de nuevo he parado, esta vez para un repostaje completo -fotos últimas-.
El monte olía a madera recién cortada y a resina. Cuando he conseguido levantar la vista en las cuestas, algunos árboles estaban recién cercenados. Había en los márgenes unas florecillas, siempre solas, no en ramillete, de un color violáceo casi sintético. En toda la ascensión dura y descenso de la misma me he cruzado con un ciclista y una pareja mayor de senderistas. El silencio era estridente. Y el descenso, pura adrenalina y satisfacción.
A lo largo del trayecto he ido acompañado de gente querida a través del móvil; al llegar a la cima recordaba cómo fue la vez anterior y quiénes me acompañaron inalámbricamente: no coincidían. Supongo que se llama vivir a eso.













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